Los años marcan,
Mauro se concentra en su imagen frente al espejo, se mira una y otra vez, no se reconoce, se ha observado tantas veces los últimos años pero no había reparado en que estos años han ido dejando marcas que no regresan, que no se borran, que por el contrario se profundizan y hacen del Mauro de siempre, otro, un Mauro viejo.
Hace unas semanas pasó la línea de los 50, su vida ha sido cómoda, algunas veces excitante, muchas apasionada, pero hoy es calma y solitaria, las marcas alrededor de sus ojos, reflejan muchas risas pasadas, las que circundan la boca muchos besos dados, la delgadez de su cuerpo reflejan dinamismo y lo suave de sus manos, preocupación personal, su mirada irradia calma, pero al mismo tiempo angustia, sus latidos galopan cuando recuerda, cuando lo recuerda, su mente vuela en solitario, fantaseando, se siente viejo, se siente solo, no es feliz , le falta tan poco, le faltó él.
Allá en sus treintas lo dejó ir, desde entonces solo vivió el momento, hasta que esos momentos se distanciaron unos de otros, hasta que se hicieron inexistentes entonces dejó de vivir, y pasó a recordar, a añorar, a lamentarse, a preocuparse de otras cosas, de aquellas del mundo, de las que dan comodidad y vanidad, pero dejó de lado las importantes, las que permiten un sueño reposado y un despertar en compañía. Hoy se lamenta. Dice no arrepentirse, pero sabe que se miente, cree que ya es tarde, yo le digo que no.
Conocí a Mauro por trabajo, y nos hicimos buenos amigos, a veces me llama por las noches y hablamos varios minutos, siempre se disculpa por interrumpir mi sueño, siempre le digo que no hay problema, en realidad no existe tal para mí, pero sé que se atormenta por los suyos, lo escucho atento, no me da chance a hablar, o aconsejar, cree haber alcanzado su plenitud, así en soledad y arrepentimiento, le insinúo que está equivocado, no me deja explicar. Por eso estas líneas, ya que sé que me lee.
Nunca es tarde para hacer lo que uno quiera, sea esto lo que fuese, si el cuerpo ya no nos apoya, siempre habrá alguien (si hemos cultivado), que esté dispuesto a hacer las cosas por nosotros, haciéndolas con nosotros, si es preciso enamorarse, así sea en la madurez, solo hay que permitírnoslos, para cada quien hay un alguien, y si dejamos pasar al supuesto, los giros de la tierra siempre nos proveen de alguien más. Se da, solo tenemos que convencernos de que así es, para mantener la rotación vital que nos permita sonrisas que sigan marcando nuestros rostros, alrededor de los ojos y de los labios, que mantengan la delgadez del dinamismo y acaricien con esa suavidad que se solo proveen nuestras manos.
Pese al invierno que entristece… a sonreír. Un abrazo Mauro.