A veces uno escucha cosas que parecen ser poco entendibles, las crees porque son el clamor de alguien afligido, pero tu teoría se escapa de las manos, porque la vida es otra cosa, no está en ningún tratado, solo pasa, y hay que tomar las medidas que sean necesarias, según se vaya dando.
Mario tiene 24 años, y nunca ha sentido esa plenitud que todos cuentan, cuando tienen un orgasmo, al menos esa es su historia, me dice que ni en las masturbadas adolescentes llegaba a estremecerse como notaba lo hacían sus compañeros de aula, cómplices de esa fricción reiterada en el cuarto de alguno de ellos, con las revistas insinuosas extendidas sobre la cama. Notaba el fin por el eyaculado, y la siguiente flacidez, pero ni cosquillas, ni calambres, ni visión borrada, ni gemidos adicionales, ni extensiones arbitrarias, nada. Y me reclama un por qué? Con exageración, y francamente, no sé qué decirle.
Se inició sexualmente a los 18, es gay, ese no es el problema, lo hizo con un compañero de la universidad, de un año menos que él, fue torpe, sazonado con alcohol, y algo rápido, en el baño de la pensión, ambos de pie, sin protección alguna, pero con mucha arrechura, lo miró, lo beso, lo palpó, lo hizo girar e introdujo su erección entre las nalgas del muchacho, el vaivén fue breve, cuando notó al joven eyacular generosamente sobre sus pies, en ese momento él hizo lo propio, pero no sintió nada, el cómplice de esa tarde lo miró agradecido, emocionado, trastornado, casi convulsionante, el placer había sido extremo, pero Mario no sintió nada.
La hizo de pasivo en varias ocasiones, una de ellas con un profesor de la universidad, un tipo de casi cuarenta, de la cátedra de historia del arte, un pata vivido, divorciado, y conviviente ahora con un tipo como él pero menor, fue extraño, quizás emocionante, en su oficina, sobre la mesa, en el piso, de pie, contra un librero, a media luz, con el ruido del gentío en los pasillos, el profesor tenía la resistencia de un chiquillo, y lo flexionaba de las formas más locas y que jamás había experimentado, disfrutó del juego, y de las frases obscenas de su maestro, de esa amenaza reiterada “ya? Nos venimos?”, no podía sino si no consentir, sabiendo, que esa vez y como siempre, no llegó a sentir nada, salvo calambres incómodos, y dolor posterior por ese exceso de fricción al látex, propia de una maniobra larga y de lo más variada.
Qué hago? Me dice, me odio por eso. Yo odio la idea, me asusta, no sé qué pensar, agradezco el don del placer, no sé si la vida sería tolerable con esa ausencia, creo que no, vida tal cual nos toca se puede borrar por instantes al sentirse llegar, y bastan esos segundos para retomar las cosas, para reiniciarnos, para resolver lo que venga, es una recarga que pese a que nos agota, nos revitaliza sonriente para seguir adelante. Mario, no sé qué decirte, ahora no se qué escribirte, hay ocasiones bizarras, en las que el placer se alcanza distinto, quizás sea el caso, por eso hay variantes sexuales a montones, esos casos, que para algunos suenan ilógicos, pueden resultar en felicidad sexual para otros. Habrá que escribir sobre aquello, pero será motivo de otra entrega.
ooOO no se porque como que medio me identifique con el texto...
ResponderEliminarsegun yo... kreo ke el tiene un pekeño problema psikologiko mira kreo ke el ya sabe... ke mientras ke este tniendo esa relacion sexual sabe ke no va sentir nada y no lo disfruta y si no lo disfruta no va sentir un orgasmo..!!! deberia dejar.. ke las kosas fluyan sin pensar en lo ke pasra o deje de pasar..--!!
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