¿Y ahora qué?
XVIII
Jano no tenía ánimo para hablar con nadie, así sea un amigo, de esos cómplices, con los que ya contaba varios. Necesitaba soledad, no para pensar, sino para aislar la mente de ideas tontas. No estaba arrepentido de nada que haya hecho en la vida, le daba pena que las cosas en casa se hayan sucedido así. Él había planeado una vez concluida la universidad, regresar a la capital, ubicarse en alguna empresa ahí, solo reportarse esporádicamente a casa, ser feliz como lo era hasta ahora. No quería gritarle al viento que era gay, mucho menos delatarse en actitudes y ademanes, solo quería ser feliz, a su modo, sin faltarle a nadie, sin incomodar a nadie, pero las cosas se destaparon cuando no debía suceder así.
Caminó con su mochila al hombro. En la ruta encontró un hotel de poca monta, solicitó una habitación e intentó dormir, pero se pasó la noche en vela. Al día siguiente acudió a su jefe y renunció al trabajo, luego pasó por el banco y retiró sus ahorros. Se dirigió al terminal de buses y compró un boleto a Lima, se sentó a esperar que sea la hora, hablaba lo mínimo, inclusive consigo mismo. Subió al bus, y soportó las 7 horas de ruta sin siquiera lamentarse por la incomodidad.
En Lima, acudió a la casa de un amigo del colegio, de aquellos años en los que estudió en esa aturdidora ciudad. A Jano le impresionaba este chico por su apariencia despreocupada, su afición por el fútbol y su cercanía a él. Se habían escrito por varios años, contado cómo estaban, incluso Jano se confesó gay, y bastó una llamada para que Mauricio aceptara refugiarlo mientras Jano se ubicaba. Mauricio vivía solo en un cuarto de una zona residencial, no tenía muchas monedas en el bolsillo, pero el resto no tenía que saberlo. Siempre se codeó con lo mejor y frecuentaba lo exclusivo, tenía muchos amigos y se ofreció a apoyar a Jano en su incursión. Mauricio es psicólogo y gran amigo mío además. Él se limitó a acomodar a Jano. No preguntó nada, solo le cedió un sofá, le indicó el baño y sus detalles, le manifestó algunas manías, como la de andar desnudo, ante lo cual le pidió que no se incomode. Le mostró su biblioteca y se la ofreció para los momentos de ocio. Le ofreció además ir con él el lunes en búsqueda de un par de amigos del rubro de las construcción que le debían algún favor , y que gustosos ubicarían a nuestro amigo arquitecto en alguno de sus trabajos.
El domingo pasó con pocas palabras intercambiadas. Durante la noche, Mauricio regresó de misa con una botella de vino, sacó dos vasos del aparador y le ofreció uno muy lleno a Jano. Bebieron, sin hablar, hasta que la botella quedó vacía. Mauricio se recostó un poco sazonado por el tinto, y Jano se acercó a él tímidamente, lo miró fijamente, lo abrazó, y lloró; lloró hasta quedarse dormido, hasta que sus suspiros dejaron de causarle sobresaltos, hasta que el sol del lunes los encontró a ambos, vestidos con la ropa del día previo, abrazados, reconfortando el uno al otro, protegiendo u ofreciendo protección, estando ahí, alejándolo de la soledad, siendo lo que Jano necesitaba, un amigo.
El uso del baño generó contratiempos, era algo que no se había coordinado. Pese a los tropiezos, estuvieron listos antes de las nueve, salieron a caminar por una de las zonas más lindas de Lima, entraron a una tienda de muebles, y ahí Mauricio presentó a Jano con Rodolfo, uno de sus ex pacientes, joven y adinerado diseñador de interiores. Las miradas entre ambos fueron fuertes desde el primer momento. Así, Jano ya tenía trabajo: empezaría por vender muebles de diseño, pero rápidamente, terminaría firmando varios de esos muebles. Hoy es socio, y la tienda ya no es única en esa ciudad ni en Perú.
XVIII
Jano no tenía ánimo para hablar con nadie, así sea un amigo, de esos cómplices, con los que ya contaba varios. Necesitaba soledad, no para pensar, sino para aislar la mente de ideas tontas. No estaba arrepentido de nada que haya hecho en la vida, le daba pena que las cosas en casa se hayan sucedido así. Él había planeado una vez concluida la universidad, regresar a la capital, ubicarse en alguna empresa ahí, solo reportarse esporádicamente a casa, ser feliz como lo era hasta ahora. No quería gritarle al viento que era gay, mucho menos delatarse en actitudes y ademanes, solo quería ser feliz, a su modo, sin faltarle a nadie, sin incomodar a nadie, pero las cosas se destaparon cuando no debía suceder así.
Caminó con su mochila al hombro. En la ruta encontró un hotel de poca monta, solicitó una habitación e intentó dormir, pero se pasó la noche en vela. Al día siguiente acudió a su jefe y renunció al trabajo, luego pasó por el banco y retiró sus ahorros. Se dirigió al terminal de buses y compró un boleto a Lima, se sentó a esperar que sea la hora, hablaba lo mínimo, inclusive consigo mismo. Subió al bus, y soportó las 7 horas de ruta sin siquiera lamentarse por la incomodidad.
En Lima, acudió a la casa de un amigo del colegio, de aquellos años en los que estudió en esa aturdidora ciudad. A Jano le impresionaba este chico por su apariencia despreocupada, su afición por el fútbol y su cercanía a él. Se habían escrito por varios años, contado cómo estaban, incluso Jano se confesó gay, y bastó una llamada para que Mauricio aceptara refugiarlo mientras Jano se ubicaba. Mauricio vivía solo en un cuarto de una zona residencial, no tenía muchas monedas en el bolsillo, pero el resto no tenía que saberlo. Siempre se codeó con lo mejor y frecuentaba lo exclusivo, tenía muchos amigos y se ofreció a apoyar a Jano en su incursión. Mauricio es psicólogo y gran amigo mío además. Él se limitó a acomodar a Jano. No preguntó nada, solo le cedió un sofá, le indicó el baño y sus detalles, le manifestó algunas manías, como la de andar desnudo, ante lo cual le pidió que no se incomode. Le mostró su biblioteca y se la ofreció para los momentos de ocio. Le ofreció además ir con él el lunes en búsqueda de un par de amigos del rubro de las construcción que le debían algún favor , y que gustosos ubicarían a nuestro amigo arquitecto en alguno de sus trabajos.
El domingo pasó con pocas palabras intercambiadas. Durante la noche, Mauricio regresó de misa con una botella de vino, sacó dos vasos del aparador y le ofreció uno muy lleno a Jano. Bebieron, sin hablar, hasta que la botella quedó vacía. Mauricio se recostó un poco sazonado por el tinto, y Jano se acercó a él tímidamente, lo miró fijamente, lo abrazó, y lloró; lloró hasta quedarse dormido, hasta que sus suspiros dejaron de causarle sobresaltos, hasta que el sol del lunes los encontró a ambos, vestidos con la ropa del día previo, abrazados, reconfortando el uno al otro, protegiendo u ofreciendo protección, estando ahí, alejándolo de la soledad, siendo lo que Jano necesitaba, un amigo.
El uso del baño generó contratiempos, era algo que no se había coordinado. Pese a los tropiezos, estuvieron listos antes de las nueve, salieron a caminar por una de las zonas más lindas de Lima, entraron a una tienda de muebles, y ahí Mauricio presentó a Jano con Rodolfo, uno de sus ex pacientes, joven y adinerado diseñador de interiores. Las miradas entre ambos fueron fuertes desde el primer momento. Así, Jano ya tenía trabajo: empezaría por vender muebles de diseño, pero rápidamente, terminaría firmando varios de esos muebles. Hoy es socio, y la tienda ya no es única en esa ciudad ni en Perú.
No hay comentarios:
Publicar un comentario