Detalles..
Andaba desnudo por la habitación, ya se conocían bastante bien, se habían citado en varias ocasiones, se mantenían fieles el uno al otro, pero no habían hablado de esos detalles, no salían mucho, cada vez que quedaban iban al departamento de cada cual (ambos vivían solos), pedían algo de comer, veían televisión y se la pasaban haciendo el amor. Luego Gustavo se paseaba desnudo por la casa. Mario lo miraba concentrado, había aprendido a disfrutar de la libertad de su amigo, se concentraba en sus detalles… Gustavo era alto y delgado, estaba en 1,80 y pesaba 68 kilos, su cabeza redonda lucia casi perfecta con el perlo en cero, tenía los ojos grandes, las cejas escasas, nariz recta y cuello alargado, hombros angostos y tórax recto, abdomen plano, pectorales escasos pero definidos, nalgas redondas, y delineadas, piernas muy largas, pies de dedos finos y perfectos, pero su entrepierna impactaba, su pene era delgado, alargado y dejaba ver el glande rosado y redondo, se tambaleaba cual péndulo entre ambas piernas cuando caminaba, sus bolas colgaban generosamente tras el pene, el vello era escaso pero recubría finamente la zona, Mario disfrutaba con solo verlo así, libre, cómplice, coqueto, suyo. Tenía unos 30 años bien llevados y eso le gustaba aún más, su confianza en sí, su seguridad, su forma de hacer el amor, su olor.
Mario tenía 32, era menos libre que su amante, pero había descubierto en los detalles, un fascinante mundo de sensaciones, disfrutaba del olor de su cuello, de la suavidad del pelo, de la aspereza de la barba al ser recorrida por ella, de la suavidad de sus manos, de esa escalofriante sensación al ser recorrido por sus uñas en la espalda, de arriba abajo y reiteradamente, disfrutaba del sabor de sus ingles, del olor del vello concentrado en zonas bajas, del sudor, de observar ese pene generoso erectarse sutilmente, al ritmo de un latido, hasta verlo en brillo, luciéndose sobresaliente y algo proyectado hacia arriba, era perfecto, de cabeza oval algo alargada, de caperuza plegada, de tonos rosados y rojizos, de piel suave, de venas plegadas, gruesas y francas, de cuerpo alargado en casi 19 cm, de base firme y ligeramente engrosada, Mario disfrutaba la ruta hasta llegar a él, disfrutaba internar su nariz en sus olores bajos, proyectar su lengua en los rincones de ese miembro, iniciar con la punta y extender su dorso sobre todo el cuerpo del pene, recorrerlo rítmicamente, humedeciendo, saboreando, hurgando de cuando en cuando esas bolas suaves y colgantes.
En ocasiones la ruta se dirigía hacia abajo, tentando el periné y hasta el ano, Gustavo en su actividad solía retorcerse cuando era explorado por esa lengua juguetona en ese pliegue tan sensible, Mario lo sabía y sabía cómo llegar ahí sin incomodar. Disfrutaba de esa faena previa, la penetración después era tan o menos fantástica, ambos habían encontrado en el juego y los detalles un placer real y reconfortante, ambos no eran pareja, pero lo eran, ambos solo salían, pero ya eso pasaba por más de un año, ambos no querían atarse ni depender, pero se extrañaban, ambos estaban solos, pero se tenían el uno al otro. Mario reía cada vez que Gustavo lo hacía, Gustavo era feliz cuando Mario decía serlo. Si eso no es estar con alguien… entonces yo no quiero estar con nadie, y ser el Mario de algún Gustavo, ya que es perfecto y no se podría pedir más.
(Te quiero Mario, crecer cerca a ti me hace ser mejor persona, un mejor gay. Gustavo solo sigue siendo así, con eso ya me ganaste el alma, grato ser su amigo)
Andaba desnudo por la habitación, ya se conocían bastante bien, se habían citado en varias ocasiones, se mantenían fieles el uno al otro, pero no habían hablado de esos detalles, no salían mucho, cada vez que quedaban iban al departamento de cada cual (ambos vivían solos), pedían algo de comer, veían televisión y se la pasaban haciendo el amor. Luego Gustavo se paseaba desnudo por la casa. Mario lo miraba concentrado, había aprendido a disfrutar de la libertad de su amigo, se concentraba en sus detalles… Gustavo era alto y delgado, estaba en 1,80 y pesaba 68 kilos, su cabeza redonda lucia casi perfecta con el perlo en cero, tenía los ojos grandes, las cejas escasas, nariz recta y cuello alargado, hombros angostos y tórax recto, abdomen plano, pectorales escasos pero definidos, nalgas redondas, y delineadas, piernas muy largas, pies de dedos finos y perfectos, pero su entrepierna impactaba, su pene era delgado, alargado y dejaba ver el glande rosado y redondo, se tambaleaba cual péndulo entre ambas piernas cuando caminaba, sus bolas colgaban generosamente tras el pene, el vello era escaso pero recubría finamente la zona, Mario disfrutaba con solo verlo así, libre, cómplice, coqueto, suyo. Tenía unos 30 años bien llevados y eso le gustaba aún más, su confianza en sí, su seguridad, su forma de hacer el amor, su olor.
Mario tenía 32, era menos libre que su amante, pero había descubierto en los detalles, un fascinante mundo de sensaciones, disfrutaba del olor de su cuello, de la suavidad del pelo, de la aspereza de la barba al ser recorrida por ella, de la suavidad de sus manos, de esa escalofriante sensación al ser recorrido por sus uñas en la espalda, de arriba abajo y reiteradamente, disfrutaba del sabor de sus ingles, del olor del vello concentrado en zonas bajas, del sudor, de observar ese pene generoso erectarse sutilmente, al ritmo de un latido, hasta verlo en brillo, luciéndose sobresaliente y algo proyectado hacia arriba, era perfecto, de cabeza oval algo alargada, de caperuza plegada, de tonos rosados y rojizos, de piel suave, de venas plegadas, gruesas y francas, de cuerpo alargado en casi 19 cm, de base firme y ligeramente engrosada, Mario disfrutaba la ruta hasta llegar a él, disfrutaba internar su nariz en sus olores bajos, proyectar su lengua en los rincones de ese miembro, iniciar con la punta y extender su dorso sobre todo el cuerpo del pene, recorrerlo rítmicamente, humedeciendo, saboreando, hurgando de cuando en cuando esas bolas suaves y colgantes.
En ocasiones la ruta se dirigía hacia abajo, tentando el periné y hasta el ano, Gustavo en su actividad solía retorcerse cuando era explorado por esa lengua juguetona en ese pliegue tan sensible, Mario lo sabía y sabía cómo llegar ahí sin incomodar. Disfrutaba de esa faena previa, la penetración después era tan o menos fantástica, ambos habían encontrado en el juego y los detalles un placer real y reconfortante, ambos no eran pareja, pero lo eran, ambos solo salían, pero ya eso pasaba por más de un año, ambos no querían atarse ni depender, pero se extrañaban, ambos estaban solos, pero se tenían el uno al otro. Mario reía cada vez que Gustavo lo hacía, Gustavo era feliz cuando Mario decía serlo. Si eso no es estar con alguien… entonces yo no quiero estar con nadie, y ser el Mario de algún Gustavo, ya que es perfecto y no se podría pedir más.
(Te quiero Mario, crecer cerca a ti me hace ser mejor persona, un mejor gay. Gustavo solo sigue siendo así, con eso ya me ganaste el alma, grato ser su amigo)
hazme entender porque esas claves que encontre no las pude decifrar jajaja
ResponderEliminarBuen relato Tb quisiera ser el Gustavo de algun Mario, aunq ahora mismo me gusta un Gustavo y un Mario jajaja
Ya te contare CarlD en las andanzas que estoy...
Besos y abrazoss
Hado