Vacaciones de Verano
Marco bajó del taxi tomando la mano de Carla , su esposa, llevaban poco más de un año de casados, cuando decidieron darse una escapada a un país de estos tropicalones, en los que la música de Vives los recibía, mientras alguna anfitriona coqueta les ofrecía un trago con un paraguas miniatura y colorido adornando el vaso.
Marco se casó con Carla en un momento en el que la calma de la madurez, lo aterrizaron con una chica perfecta, de esas con familia de libro, de belleza singular, y que al mismo tiempo lograba despertar en él, ese deseo sexual que solo disfrutó con algunos hombres en esas etapas experimentales que todos pasamos alrededor de los veintes, y que para Marco, se extendieron hasta iniciados sus treinta, ahora posee 36 y ella dulces 25.
El botones, de dulzón tono canela, cargó el equipaje rumbo a la habitación, los ojos de Marco revoloteaban por el conjunto de huéspedes, cada quien más lindo que otro, cada quien con atuendos playeros más sensuales, ellas también eran perfectas, pero ellos dominaban todos los paisajes.
El bar ofrecía una carta muy variada, pero el barman era el protagonista de dicho espacio, en su tono exageradamente bronceado, su metro ochentaitantos, rulos sobre el rostro mal anudados en una improvisada media cola, manos grandes y cuidadas, pecho amplio de escaso vello, siempre en short de lino blanco, ajustado, y zapatillas de lona, Marco lo observaba al detalle, alucinaba con su desnudez, y Luciano, que era como se llamaba este veinteañero, notó casi de inmediato la mirada insinuosa del huésped de barba y cabellera rapada.
La segunda noche las cosas se dieron de improviso, Carla se sintió indispuesta, esas cosas de chicas que llegan cada mes y que le complican la vida, sobretodo en un plan tan playero como el que pretendían. Marco bajó al bar algo enojado, se sentó en la barra y contemplo a Luciano con descaro, deberías cogerte mejor el pelo, que se te viene al rostro –le comentó—coger? Le dijo Luciano, es una palabra que tiene una connotación algo agresiva en estas zonas,--- claro debe ser algo sexual –replicó Marco--- si, tiene usted razón, va en ese tono—y en realidad—en ese tono—me hace falta ya desde hace varios día--- Marco le guiñó el ojo, y comentó—y para que perdemos el tiempo, Luciano lo miró sin temor, le dijo: pase por acá, y lo ingresó en la parte posterior de bar, una zona de depósito, que permitía la presencia de dos personas de pie, Luciano desabotonó rápidamente el pantalón de Marco, se puso de rodillas y empezó a recorrerle la ingle y los testículos, humedeciendo generosamente la zona, logró casi de inmediato una erección e intentó introducir el pene en su boca, los dientes le hicieron la pasada, Marco se incomodó, gimió de malestar, Luciano lo notó, se puso rápidamente de pie, y salió de tal despensa, hey-- esto tiene que ser diferente --- comentó Luciano, Ya veremos--- dijo Marco y cogió su trago para ir a una mesa frente al mar, Luciano no le quitó los ojos desde ese momento.
La sexta noche era la última, Marco retornaría al día siguiente, Luciano lo sabía, Carla salió de compras esa tarde, Luciano consiguió la llave de una suite libre, le envió un recado a Marco y éste acudió ansioso, no había estado con un tipo en años, Luciano era muy guapo y se sentía atraído, Carla estuvo intocable esos días, el deseo andaba reprimido. Una vez en la habitación, la desnudez llegó muy rápido, Marco contempló detenidamente el cuerpo de Luciano, sus perfectas redondeces y angulaciones, sus tonos canela matizados con el pálido de las áreas protegidas del sol por ropa, el escaso vello, esa barba ligeramente crecida, el pelo en el rostro, con esos rizos mal sujetados en una media cola, esos tatuajes coloridos, tribales y al mismo tiempo precisos en su pantorrilla y hombro derecho, las manos suaves tocándolo, el sudor fluyendo, las erecciones encontradas, los besos fluidos, mordiscos sutiles, lenguas juguetonas, Luciano no tardó en girar y tendido sobre la cama, ofrecer sus nalgas, redondeadas, suaves y endurecidas, Marco las contempló extasiado, las estrujó toscamente, las separó y observó a la luz del atardecer ese repliegue puntual que se escondía entre ellas, el aroma era dulzón, una mezcla del bloqueador solar con la sudoración juvenil propia del momento, la lengua de Marco se animó a explorar la zona, y tras los iniciales roces, el cuerpo de Luciano se estremeció con rudeza, el juego fue breve, los gemidos ahogados en la almohada, Marco calzó rápidamente un preservativo en su pene erecto a plenitud, y ávido de irrumpir en la zona ya preparada para en embate, tras un esfuerzo regular, Marco estuvo adentro, dale—alcanzó a susurrar Luciano, el momento parecía perfecto, el sol pintaba de naranja el horizonte, el vaivén fue breve, Luciano emitió un gemido gutural y mordió las sábanas, mientras emanaba una generosa dosis de semen sobre la cama, su espalda se extendió rápidamente mientras sus músculos perdieron la dureza, al instante quedó tendido sobre la cama, relajado, sonriente, extasiado.
Marco no pudo continuar con la jugada, Luciano lo evitó, se retiró torpemente, se vistió a medias, salió de la habitación, llevaba el traje de baño que escasamente disimulaba la erección que persistía, alcanzó a llegar a la piscina, se sumergió con rapidez, en su mente se dibujaba aún la escena, se cubrió con una toalla, y tomo la ruta a su habitación, en la marcha encontró a Carla, ella llegaba cargada de bultos, la jaloneó hacia el cuarto y una vez ahí, hacia la cama, la tumbó toscamente y la poseyó gimiendo como nunca antes lo había hecho con ella, ella se dejó llevar, le gustaba ese hombre que conocía esa tarde, él se gustaba también, se redescubría, la hacía suya, pensando en Luciano, la hizo suya una y otra vez, y en su mente Luciano mordía las sabanas y se relajaba extendiendo la espalda con generosidad, tal cual esa tarde y muchas más tardes que faltaron en esos años de calma de Marco.
Ambos retornan a casa, Carla feliz de ese último día de verano en el Caribe, Marco con una promesa silenciosa de retorno, pronto y solo.
Marco bajó del taxi tomando la mano de Carla , su esposa, llevaban poco más de un año de casados, cuando decidieron darse una escapada a un país de estos tropicalones, en los que la música de Vives los recibía, mientras alguna anfitriona coqueta les ofrecía un trago con un paraguas miniatura y colorido adornando el vaso.
Marco se casó con Carla en un momento en el que la calma de la madurez, lo aterrizaron con una chica perfecta, de esas con familia de libro, de belleza singular, y que al mismo tiempo lograba despertar en él, ese deseo sexual que solo disfrutó con algunos hombres en esas etapas experimentales que todos pasamos alrededor de los veintes, y que para Marco, se extendieron hasta iniciados sus treinta, ahora posee 36 y ella dulces 25.
El botones, de dulzón tono canela, cargó el equipaje rumbo a la habitación, los ojos de Marco revoloteaban por el conjunto de huéspedes, cada quien más lindo que otro, cada quien con atuendos playeros más sensuales, ellas también eran perfectas, pero ellos dominaban todos los paisajes.
El bar ofrecía una carta muy variada, pero el barman era el protagonista de dicho espacio, en su tono exageradamente bronceado, su metro ochentaitantos, rulos sobre el rostro mal anudados en una improvisada media cola, manos grandes y cuidadas, pecho amplio de escaso vello, siempre en short de lino blanco, ajustado, y zapatillas de lona, Marco lo observaba al detalle, alucinaba con su desnudez, y Luciano, que era como se llamaba este veinteañero, notó casi de inmediato la mirada insinuosa del huésped de barba y cabellera rapada.
La segunda noche las cosas se dieron de improviso, Carla se sintió indispuesta, esas cosas de chicas que llegan cada mes y que le complican la vida, sobretodo en un plan tan playero como el que pretendían. Marco bajó al bar algo enojado, se sentó en la barra y contemplo a Luciano con descaro, deberías cogerte mejor el pelo, que se te viene al rostro –le comentó—coger? Le dijo Luciano, es una palabra que tiene una connotación algo agresiva en estas zonas,--- claro debe ser algo sexual –replicó Marco--- si, tiene usted razón, va en ese tono—y en realidad—en ese tono—me hace falta ya desde hace varios día--- Marco le guiñó el ojo, y comentó—y para que perdemos el tiempo, Luciano lo miró sin temor, le dijo: pase por acá, y lo ingresó en la parte posterior de bar, una zona de depósito, que permitía la presencia de dos personas de pie, Luciano desabotonó rápidamente el pantalón de Marco, se puso de rodillas y empezó a recorrerle la ingle y los testículos, humedeciendo generosamente la zona, logró casi de inmediato una erección e intentó introducir el pene en su boca, los dientes le hicieron la pasada, Marco se incomodó, gimió de malestar, Luciano lo notó, se puso rápidamente de pie, y salió de tal despensa, hey-- esto tiene que ser diferente --- comentó Luciano, Ya veremos--- dijo Marco y cogió su trago para ir a una mesa frente al mar, Luciano no le quitó los ojos desde ese momento.
La sexta noche era la última, Marco retornaría al día siguiente, Luciano lo sabía, Carla salió de compras esa tarde, Luciano consiguió la llave de una suite libre, le envió un recado a Marco y éste acudió ansioso, no había estado con un tipo en años, Luciano era muy guapo y se sentía atraído, Carla estuvo intocable esos días, el deseo andaba reprimido. Una vez en la habitación, la desnudez llegó muy rápido, Marco contempló detenidamente el cuerpo de Luciano, sus perfectas redondeces y angulaciones, sus tonos canela matizados con el pálido de las áreas protegidas del sol por ropa, el escaso vello, esa barba ligeramente crecida, el pelo en el rostro, con esos rizos mal sujetados en una media cola, esos tatuajes coloridos, tribales y al mismo tiempo precisos en su pantorrilla y hombro derecho, las manos suaves tocándolo, el sudor fluyendo, las erecciones encontradas, los besos fluidos, mordiscos sutiles, lenguas juguetonas, Luciano no tardó en girar y tendido sobre la cama, ofrecer sus nalgas, redondeadas, suaves y endurecidas, Marco las contempló extasiado, las estrujó toscamente, las separó y observó a la luz del atardecer ese repliegue puntual que se escondía entre ellas, el aroma era dulzón, una mezcla del bloqueador solar con la sudoración juvenil propia del momento, la lengua de Marco se animó a explorar la zona, y tras los iniciales roces, el cuerpo de Luciano se estremeció con rudeza, el juego fue breve, los gemidos ahogados en la almohada, Marco calzó rápidamente un preservativo en su pene erecto a plenitud, y ávido de irrumpir en la zona ya preparada para en embate, tras un esfuerzo regular, Marco estuvo adentro, dale—alcanzó a susurrar Luciano, el momento parecía perfecto, el sol pintaba de naranja el horizonte, el vaivén fue breve, Luciano emitió un gemido gutural y mordió las sábanas, mientras emanaba una generosa dosis de semen sobre la cama, su espalda se extendió rápidamente mientras sus músculos perdieron la dureza, al instante quedó tendido sobre la cama, relajado, sonriente, extasiado.
Marco no pudo continuar con la jugada, Luciano lo evitó, se retiró torpemente, se vistió a medias, salió de la habitación, llevaba el traje de baño que escasamente disimulaba la erección que persistía, alcanzó a llegar a la piscina, se sumergió con rapidez, en su mente se dibujaba aún la escena, se cubrió con una toalla, y tomo la ruta a su habitación, en la marcha encontró a Carla, ella llegaba cargada de bultos, la jaloneó hacia el cuarto y una vez ahí, hacia la cama, la tumbó toscamente y la poseyó gimiendo como nunca antes lo había hecho con ella, ella se dejó llevar, le gustaba ese hombre que conocía esa tarde, él se gustaba también, se redescubría, la hacía suya, pensando en Luciano, la hizo suya una y otra vez, y en su mente Luciano mordía las sabanas y se relajaba extendiendo la espalda con generosidad, tal cual esa tarde y muchas más tardes que faltaron en esos años de calma de Marco.
Ambos retornan a casa, Carla feliz de ese último día de verano en el Caribe, Marco con una promesa silenciosa de retorno, pronto y solo.