Mamá soy Gay!
La luz era tenue, había un corte eléctrico en media ciudad, la casa se iluminaba con velas, Gonzalo se hallaba frente a su mamá, ambos tomaban el té, conversaban banalidades, luego un chispazo de emoción invadió a Gonzalo, miró fijamente los ojos de su madre, mientras le cogió ambas manos con las suyas, y en ese silencio inmaculado le dijo, Mamá, soy Gay.
La reacción de su madre fue la esperada por Gonzalo, mantuvo los ojos en su hijo, retiró sus manos para ponerlas sobre las de él, y respirando casi en un sollozo, le dijo, que eso no importaba, que ella lo amaba, una cortina de lágrimas empañó sus ojos, y Gonzalo a sus 17 años, abrazó a su madre, habiendo dejado a un lado una carga enorme que no le permitía conciliar el sueño durante los últimos meses.
A Ricardo le fue distinto, tenía 16 años, y sabía desde los 11 que le gustaban los hombres, y digo hombres, no niños como él, sino grandes y definidos varones de atractivo porte y seguridad cotidiana, vivía admirando a Pedro, el socio de su padre en el estudio de abogados, Pedro tenía 31, andaba de novio, y era fiel colaborador de su padre, incluso hasta altas horas de noche en la oficina de la casa, Ricardo amaba sus manos, su forma de vestir, su pelo siempre perfecto, su aroma a verano, ye ese tono bronceado que no lo abandonaba ni en invierno, se sorprendió escribiendo cosas en su diario, incluso algunos deseos de esos pecaminosos, incluyendo sexo y sus degeneraciones, describiendo a Pedro como su amante, se masturbó infinidad de veces leyéndose a sí mismo. Una tarde llegó a casa temprano del colegio, entró a su cuarto algo apurado y sorprendió a su madre leyendo el diario muy atenta, sollozando, al mirarlo dejó el cuaderno sobre la cama, se puso de pie bruscamente, y salió apresurada, Ricardo se animó a decirle, mamá podemos hablar, ella salió casi corriendo, él la siguió, le gritaba, mamá me gustan los chicos, y eso no es malo, su madre apresuraba el paso, llego a su habitación y cerró de un portazo, de esto hace casi 10 años, el tema nunca más fue tratado, hoy Ricardo vive con Mauro, su novio.
Marco tiene 34, es profesor de literatura moderna en una universidad católica, vive hace 6 años con Humberto, es una relación de lo más perfecta, en casa deben sospechar mil cosas, Marco Jamás dijo (y creo que jamás dirá) cosa alguna sobre sus preferencias sexuales, visita a sus padres seguido, pasa fines de semana con ellos, hablan de mil cosas trascendentes o intrascendentes, los ama y lo aman, no hay necesidad de plantear esas cosas, él se dio cuenta que era gay tarde, no hacía falta trastocar la imagen que los suyos tenían de él. Su madre ha dejado de sugerirle que se case, y de reclamarle descendencia, solo le pide que cuide, y que siga siendo el buen hombre que ella está segura que es.
No sé si confesar nuestra preferencia sexual, claro, cuando esta es poco convencional, sea lo adecuado, cada quien encuentra en su contexto la respuesta a dicha posibilidad, a veces, y si la adolescencia es nuestra aliada, en un entorno tolerante y abierto, confesarlo sería lo ideal, si el entorno es hostil, a veces demostrarlo termina por aislarnos o expulsarnos, quizás la discreción nos ayude, y si la disyuntiva nos coge en madurez, para qué hablar, si nuestros actos, que son o deben ser, maduros y responsables, deben reflejar lo que somos, que nos aprecien o rechacen por eso, y no por nuestra preferencia sexual que sería en todo caso, lo de menos.
Hoy van estas líneas para Gonzalo, de quien comencé hablando, en esta entrega, ayer lloró feliz en el regazo de su madre, quien lo es todo para él, el té terminó frio y la vela se consumió sola, la luz eléctrica los cogió adormilados, se miraron a los ojos y sonrieron, te amo le dijo ella, no más que yo a ti le respondió él.
La luz era tenue, había un corte eléctrico en media ciudad, la casa se iluminaba con velas, Gonzalo se hallaba frente a su mamá, ambos tomaban el té, conversaban banalidades, luego un chispazo de emoción invadió a Gonzalo, miró fijamente los ojos de su madre, mientras le cogió ambas manos con las suyas, y en ese silencio inmaculado le dijo, Mamá, soy Gay.
La reacción de su madre fue la esperada por Gonzalo, mantuvo los ojos en su hijo, retiró sus manos para ponerlas sobre las de él, y respirando casi en un sollozo, le dijo, que eso no importaba, que ella lo amaba, una cortina de lágrimas empañó sus ojos, y Gonzalo a sus 17 años, abrazó a su madre, habiendo dejado a un lado una carga enorme que no le permitía conciliar el sueño durante los últimos meses.
A Ricardo le fue distinto, tenía 16 años, y sabía desde los 11 que le gustaban los hombres, y digo hombres, no niños como él, sino grandes y definidos varones de atractivo porte y seguridad cotidiana, vivía admirando a Pedro, el socio de su padre en el estudio de abogados, Pedro tenía 31, andaba de novio, y era fiel colaborador de su padre, incluso hasta altas horas de noche en la oficina de la casa, Ricardo amaba sus manos, su forma de vestir, su pelo siempre perfecto, su aroma a verano, ye ese tono bronceado que no lo abandonaba ni en invierno, se sorprendió escribiendo cosas en su diario, incluso algunos deseos de esos pecaminosos, incluyendo sexo y sus degeneraciones, describiendo a Pedro como su amante, se masturbó infinidad de veces leyéndose a sí mismo. Una tarde llegó a casa temprano del colegio, entró a su cuarto algo apurado y sorprendió a su madre leyendo el diario muy atenta, sollozando, al mirarlo dejó el cuaderno sobre la cama, se puso de pie bruscamente, y salió apresurada, Ricardo se animó a decirle, mamá podemos hablar, ella salió casi corriendo, él la siguió, le gritaba, mamá me gustan los chicos, y eso no es malo, su madre apresuraba el paso, llego a su habitación y cerró de un portazo, de esto hace casi 10 años, el tema nunca más fue tratado, hoy Ricardo vive con Mauro, su novio.
Marco tiene 34, es profesor de literatura moderna en una universidad católica, vive hace 6 años con Humberto, es una relación de lo más perfecta, en casa deben sospechar mil cosas, Marco Jamás dijo (y creo que jamás dirá) cosa alguna sobre sus preferencias sexuales, visita a sus padres seguido, pasa fines de semana con ellos, hablan de mil cosas trascendentes o intrascendentes, los ama y lo aman, no hay necesidad de plantear esas cosas, él se dio cuenta que era gay tarde, no hacía falta trastocar la imagen que los suyos tenían de él. Su madre ha dejado de sugerirle que se case, y de reclamarle descendencia, solo le pide que cuide, y que siga siendo el buen hombre que ella está segura que es.
No sé si confesar nuestra preferencia sexual, claro, cuando esta es poco convencional, sea lo adecuado, cada quien encuentra en su contexto la respuesta a dicha posibilidad, a veces, y si la adolescencia es nuestra aliada, en un entorno tolerante y abierto, confesarlo sería lo ideal, si el entorno es hostil, a veces demostrarlo termina por aislarnos o expulsarnos, quizás la discreción nos ayude, y si la disyuntiva nos coge en madurez, para qué hablar, si nuestros actos, que son o deben ser, maduros y responsables, deben reflejar lo que somos, que nos aprecien o rechacen por eso, y no por nuestra preferencia sexual que sería en todo caso, lo de menos.
Hoy van estas líneas para Gonzalo, de quien comencé hablando, en esta entrega, ayer lloró feliz en el regazo de su madre, quien lo es todo para él, el té terminó frio y la vela se consumió sola, la luz eléctrica los cogió adormilados, se miraron a los ojos y sonrieron, te amo le dijo ella, no más que yo a ti le respondió él.
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