Mauricio conoció a Gonzalo en uno de esos viajes obligados que realizaba por trabajo, coincidieron en un café, y las miradas reiteradas entre ellos hicieron obvio lo evidente, ambos eran gay, y ambos se agradaban. Mauricio bordeaba los 40, y se conservaba vital, preocupado en sí mismo y al mismo tiempo interesante, virtudes que se sazonan con los años, Gonzalo finalizando sus veintes, de estilo atrevido, sonrisa sana, mirada intensa, formas deportivas, y ansioso de hacer suyo el mundo; terminaron sonriéndose, acercándose e iniciando una amena charla, que terminó en el hotel de Mauricio, en desnudez, desinhibición y torpeza.
La Faena fue extraña, los besos fluyeron con naturalidad, las abatidas por el cuello y orejas arrancaban esos gemidos acalorados y repliegues que transmitían placer a quien los experimentaba, a un inicio ambos parecían entregarse a la misión de dar, pero poco a poco Gonzalo comprendió que debería ceder y delicadamente facilitó a Mauricio el abordaje por bajo su espalda y entre sus nalgas.
El cuerpo de Gonzalo irradiaba juventud y vanidad, el porte mediano, de hombros rectos, de pecho ligeramente musculado, hombros redondos, brazos marcados, abdomen plano pero no delineado, vellos recortados, piernas torneadas y algo gruesas, píes suaves; verlo boca abajo encendía a Mauricio, las Nalgas de Gonzalo eran generosas, de tono apreciable, y entre ellas, su ingreso se marcaba sonrosado, tenso y suave al tacto. Mauricio lo exploró con desenfreno, con sus manos, con sus labios, plenamente.
Para el momento de entrar, el asunto se tornó torpe ya con la protección calzada, la reiterada presión no permitía una penetración cómoda, Gonzalo se incomodaba y pese a su disposición, sus gemidos eran más de dolor que de placer, su erección se desvaneció rápidamente, y pese a que en un momento se inició el rítmico vaivén dentro de sí, escapó al mismo rápidamente, Mauricio no permitió la frustración, y tras esa mala pasada, reinició la exitada y promovió una faena light que terminó humedeciendo de fluidos ambos abdómenes.
Tras lo anterior, surcaron sonrisas cómplices en ambos rostros y una charla en desnudez que se prolongó por horas. El viaje de Mauricio, originalmente proyectado a 3 días, se extendió por 6, y cada tarde, ambos se encontraban en el mismo café, caminaban rumbo al hotel, ansiosos, tiraban la ropa desordenando la simetría del cuarto de Mauricio, y se refugiaban bajo las sabanas, para tocarse, besarse y sin entrar el uno al otro, gastar la tarde en amena charla, sonrisas, consejos y demás calor cómplice.
Esta fue la quinta o sexta vez que Mauricio regresa a esa pequeña ciudad calurosa del norte, ha coordinado con Gonzalo, quien ha reservado la misma habitación, como siempre, son las 4 de la tarde y se encuentran en el café, se miran y se ríen, la chica de la caja los mira y reconoce, la tarde toma un tono cálido de matices naranjas, la habitación del hotel los recibe como siempre, las ropas se dispersan sobre el sofá y el suelo, ambos corren a refugiarse bajo las sábanas, se abrazan, se trenzan, las erecciones se insinúan, los besos recorren labios, cuellos, orejas y las voces empiezan a decir las frases mas veraces que jamás se hayan ofrecido el uno al otro, Te extrañé- yo igual, esta vez tardaste, lo siento, pero acá estoy, lo sé y creo que ahora, no te dejaré ir…
Mauricio me comenta, que no podía explicarme que es lo que realmente siente por Gonzalo, pero que está seguro de que Gonzalo lo ama, he encontrado a alguien que me ama, qué más puedo pedir, me dice, la reunión en la que anuncia la unión está invadida de amigos, todos hemos viajado a esa ciudad pequeña y al norte, hemos invadido ese hotel que les fue cómplice por estos años, y se siente el encanto. Mauricio se instala en otros dominios, lo hace junto a Gonzalo quien le ama, lo veo feliz, y por eso me permito estas líneas usando incluso sus nombres, Un Abrazo fuerte para él, y mis cariños a quien le ha robado tantas sonrisas que ya se marcan en su rostro de modo permanente, Gracias a Gonzalo por darnos la esperanza del saber que si es posible sentirse amado, y de que uno puede amar sin darse cuenta que el solo síntoma es el verse feliz.
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