Gustavo y dos más
Gustavo tiene 20 años y los ojos más tiernos que puedas imaginar, son enormes y oscuros, las pestañas alargadas le ofrecen un marco perfecto y sus cejas negras y cargadas complementan el cuadro de un rostro que inspira calma y simultáneamente otras cosas no tan sencillas de describir. La noche del sábado había transgredido, el grupo de amigos se reunió en un festival y las botellas circulaban generosamente, Gustavo había perdido la noción del tiempo y ya con el sol asomando, regresó a casa a pretender dormir.
Por la mañana, recibe la llamada de Pepe, un amigo casual con el que había tenido varios encuentros fugaces, cargados de desespero y ansia, pepe tenía 26 años, era de baja estatura, piel blanca, pelo rizado y algo crecido, sus labios gruesos hacían maravillas, y su cuerpo, si bien es cierto no era atlético mantenía las proporciones que hacen agradable el recorrido previo al contacto genital. Pepe lo convocaba para una faena matutina, y la idea no le fue inoportuna a Gustavo, quien entró a la ducha, rápidamente, para luego de eso vestirse ligero y salir al encuentro de su amigo.
Inicialmente no le llamo la atención el lugar de la cita, usualmente la casa de Pepe era el nido de juegos, esta vez era cercano a un edificio de departamentos en una zona residencial de la ciudad, Pepe estaba en la esquina fumando un pucho, vestía jean, sandalias y un polo ajustado, hacía calor, ambos caminaron hacía el edificio, subieron e ingresaron a un departamento que los aguardaba con la puerta junta.
El lugar era acogedor, una voz los invitó a continuar hacia la habitación, y allí se hallaba Carlos, un tipo bien parecido de más o menos 36 años, alto y proporcionado, de pelo negro muy corto, rostro redondeado y pendejamente gentil, les ofreció tomar asiento en la cama y se dispuso cómodamente a retirarse parte de la ropa, Pepe hizo lo mismo y ambos invitaron a Gustavo a seguir el juego, Gustavo estaba aturdido, no reaccionaba aun de la borrachera del día anterior, no entendía que el juego sería de a tres, y esa idea le daba vueltas en la mente, al mismo tiempo no dejaba de ver la entrepierna de Carlos, proyectando una generosa erección que se insinuaba toscamente entre sus bóxer ajustados, rápidamente se quitó todo y se dispuso a dar rienda suelta a sus deseos desinhibidos por ese rastro de alcohol en las venas y por esas ganas propias que genera la mañana en la lívido de un joven y poco experimentado varón.
El sexo oral fue fantástico. Gustavo recorrió los rincones de Carlos, cada pliegue de su pene fue saboreado delicadamente, se exploraron los testículos y las ingles, en esa marcha, Pepe recorría las nalgas de Gustavo, deteniendo su lengua juguetona en su orificio contraído y negado, el mismo que cedía a los coqueteos del visitante proyectándose generosamente.
Después de esas tomas claras, Gustavo solo tiene imágenes entrecortadas, es consciente de que se dedicó claramente a Carlos, dejó de lado a su ya conocido amigo, y exploro al nuevo con generosidad, se dejó tocar, guiar en mil posiciones, penetrar rudamente y a veces con suavidad, tiene las imágenes de Pepe intentando continuar el trabajo acabado por Carlos, y él cediendo suavemente ya que las dimensiones del primero habían dejado el camino despejado para cualquier otra maniobra extraña en esas rutas.
Gustavo sintió un placer distinto, eyaculó dos veces esa mañana, y recuperó la erección varias veces más, acabó agotado, se vistió torpemente y despidiéndose fríamente abandono el edificio , enrumbó a casa y tras encerrarse en su habitación se dispuso a durmir hasta avanzada la tarde.
Despertó adolorido, con un sentimiento de culpa nunca antes percibido, algunas marcas aun persistían en su cuerpo, los aromas estaban mezclados, pero el de Carlos dominaba, revisó su ropa en busca del teléfono, la billetera y esas cosas, y en el bolsillo del pantalón, encontró una tarjeta, en ella aparecía un nombre desconocido, un teléfono y una dirección, la del edificio de esa mañana, la nota en el reverso decía, solo tienes que llamarme. Carlos.
Pepe desapareció de la agenda de Gustavo, Carlos es ahora el confidente, el amigo, el amante casual, ambos se ven cada dos o tres semanas, pero esos encuentros son más que suficientes para que no exista necesidad de un tercero, aunque la experiencia de esa mañana intoxicada, permanezca en su historia como el preámbulo perfecto al nacimiento de esta nueva complicidad.
Gustavo tiene 20 años y los ojos más tiernos que puedas imaginar, son enormes y oscuros, las pestañas alargadas le ofrecen un marco perfecto y sus cejas negras y cargadas complementan el cuadro de un rostro que inspira calma y simultáneamente otras cosas no tan sencillas de describir. La noche del sábado había transgredido, el grupo de amigos se reunió en un festival y las botellas circulaban generosamente, Gustavo había perdido la noción del tiempo y ya con el sol asomando, regresó a casa a pretender dormir.
Por la mañana, recibe la llamada de Pepe, un amigo casual con el que había tenido varios encuentros fugaces, cargados de desespero y ansia, pepe tenía 26 años, era de baja estatura, piel blanca, pelo rizado y algo crecido, sus labios gruesos hacían maravillas, y su cuerpo, si bien es cierto no era atlético mantenía las proporciones que hacen agradable el recorrido previo al contacto genital. Pepe lo convocaba para una faena matutina, y la idea no le fue inoportuna a Gustavo, quien entró a la ducha, rápidamente, para luego de eso vestirse ligero y salir al encuentro de su amigo.
Inicialmente no le llamo la atención el lugar de la cita, usualmente la casa de Pepe era el nido de juegos, esta vez era cercano a un edificio de departamentos en una zona residencial de la ciudad, Pepe estaba en la esquina fumando un pucho, vestía jean, sandalias y un polo ajustado, hacía calor, ambos caminaron hacía el edificio, subieron e ingresaron a un departamento que los aguardaba con la puerta junta.
El lugar era acogedor, una voz los invitó a continuar hacia la habitación, y allí se hallaba Carlos, un tipo bien parecido de más o menos 36 años, alto y proporcionado, de pelo negro muy corto, rostro redondeado y pendejamente gentil, les ofreció tomar asiento en la cama y se dispuso cómodamente a retirarse parte de la ropa, Pepe hizo lo mismo y ambos invitaron a Gustavo a seguir el juego, Gustavo estaba aturdido, no reaccionaba aun de la borrachera del día anterior, no entendía que el juego sería de a tres, y esa idea le daba vueltas en la mente, al mismo tiempo no dejaba de ver la entrepierna de Carlos, proyectando una generosa erección que se insinuaba toscamente entre sus bóxer ajustados, rápidamente se quitó todo y se dispuso a dar rienda suelta a sus deseos desinhibidos por ese rastro de alcohol en las venas y por esas ganas propias que genera la mañana en la lívido de un joven y poco experimentado varón.
El sexo oral fue fantástico. Gustavo recorrió los rincones de Carlos, cada pliegue de su pene fue saboreado delicadamente, se exploraron los testículos y las ingles, en esa marcha, Pepe recorría las nalgas de Gustavo, deteniendo su lengua juguetona en su orificio contraído y negado, el mismo que cedía a los coqueteos del visitante proyectándose generosamente.
Después de esas tomas claras, Gustavo solo tiene imágenes entrecortadas, es consciente de que se dedicó claramente a Carlos, dejó de lado a su ya conocido amigo, y exploro al nuevo con generosidad, se dejó tocar, guiar en mil posiciones, penetrar rudamente y a veces con suavidad, tiene las imágenes de Pepe intentando continuar el trabajo acabado por Carlos, y él cediendo suavemente ya que las dimensiones del primero habían dejado el camino despejado para cualquier otra maniobra extraña en esas rutas.
Gustavo sintió un placer distinto, eyaculó dos veces esa mañana, y recuperó la erección varias veces más, acabó agotado, se vistió torpemente y despidiéndose fríamente abandono el edificio , enrumbó a casa y tras encerrarse en su habitación se dispuso a durmir hasta avanzada la tarde.
Despertó adolorido, con un sentimiento de culpa nunca antes percibido, algunas marcas aun persistían en su cuerpo, los aromas estaban mezclados, pero el de Carlos dominaba, revisó su ropa en busca del teléfono, la billetera y esas cosas, y en el bolsillo del pantalón, encontró una tarjeta, en ella aparecía un nombre desconocido, un teléfono y una dirección, la del edificio de esa mañana, la nota en el reverso decía, solo tienes que llamarme. Carlos.
Pepe desapareció de la agenda de Gustavo, Carlos es ahora el confidente, el amigo, el amante casual, ambos se ven cada dos o tres semanas, pero esos encuentros son más que suficientes para que no exista necesidad de un tercero, aunque la experiencia de esa mañana intoxicada, permanezca en su historia como el preámbulo perfecto al nacimiento de esta nueva complicidad.
Tengo tanto que decirte pero solo dire que es una buena historia.
ResponderEliminarSalu2
HADO
hasta q lo pusiste.....gracias......
ResponderEliminarme gusta esa histori ps es vien vaca ps ya q me gusta mamar pingasas
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