lunes, 20 de septiembre de 2010

Un PlaceR UnicO


Un placer único.

Sus ojos brillaban en la oscuridad, en realidad solo era posible observar su mirada, las luces estaban apagadas, a su pedido, era la primera vez que se atrevía a encontrarse con alguien sin conocerlo antes, el chat fue el aliado, y Jaime, un tipo de 32 años, el cómplice de esa tarde.

Diego estaba asustado, en sus 18 años había experimentado muy poco, y siempre con la seguridad de conocer al amante. Esta ocasión era diferente, estaba asustado, pero esa sensación lo animaba más, el cuarto del hotel era frio, su desnudez se cubría con una manta deprimente, Jaime tendría que tomar las riendas de la tarde.

Jaime llegó desenfadado, saludó bruscamente, observó a Diego de pies a cabeza, como retándolo, finalmente se quitó el polo mostrando un tórax trabajado, endurecido, de vello en pecho, animando a Jaime, asustándolo. Jaime le pidió a Diego que se desnudase, éste aceptó con la condición de oscuridad, Jaime apagó la luz a regañadientes, Diego se desnudó rápidamente y se cobijó en la cama, Jaime se tomó su tiempo, parecía disfrutar del ritual de mostrarse. Pese a la oscuridad, se dibujaban sus formas redondeadas, musculosas, perfectas, fruto del trabajo en el gimnasio, y de alguna otra rutina especial. Diego lo miraba tímidamente.

Una vez desnudo, se metió en la cama y se acercó atrevidamente susurrándole al oído: “solo déjate llevar”.

Jaime acarició la espalda de Diego, sus manos suaves recorrieron acuciosamente de arriba hacia abajo, mientras respiraba fuertemente cerca al oído de su cómplice, al llegar a las nalgas se frenaba como tentándolo, se percibía la erección de diego bajo su ropa interior, Jaime lo apretaba contra sí para transmitir su virilidad al roce, Diego gemía con cada arremetida, las manos de Jaime ya exploraban francamente las nalgas de su acompañante, las estrujaban suavemente, los dedos hurgaban en esa línea sensible, causando escalofríos, Diego permanecía con los ojos cerrados, disfrutaba temeroso, pero disfrutaba, los labios de Jaime recorrían los de Diego, introducía su lengua juguetona, y recorría con ella el cuello y desde éste el resto del menudo cuerpo de Diego. Diego había decidido dejarse llevar.

El juego fue comandado por Jaime, Diego solo cedía, giró varias veces, torpemente se atrevía a coger las nalgas endurecidas de su amigo, y fugazmente el pene erecto de su amante, un pene grueso, algo tosco, ligeramente curvo hacía arriba, de piel suave y vasos dilatados y tortuosos, de olor varonil, de escaso vello cercano, suave como toda la piel de su amante.

Los minutos trascurrían y las caricias habían cambiado de tono, se sentía el ansia, Jaime giró de golpe a Diego y separó sus nalgas con sus dedos, en la oscuridad observó su ingreso, sin vello, ajustado, claro, turgente, lo humedeció con saliva, lo recorrió con sus yemas, Diego gemía con esa delicadeza, poco a poco el rostro de Jaime descendió a esa ruta, olió fuertemente, se introdujo entre sus pliegues y con esa lengua juguetona tanteó el ingreso, lo hurgó, lo saboreó, hizo tiritar a su amante, los gemidos se hicieron fluidos, rítmicos, Diego se retorcía, exponía sus nalgas francamente, la lengua de Jaime entraba y salía, los minutos pasaban.

Tras el juego, Diego notó el cuerpo de Jaime sobre sí, sentía latir su corazón en su espalda, las manos separando sus nalgas, su pene humedecido rozando su ingreso, que cedía ante el toqueteo, tras un instante, sintió a Jaime en su interior , causándole un tremendo dolor pero placentero, arrancando un grito y pidiendo a más que no saliese, que se moviera, que no parase, que ingresara más.

La faena fue breve, tras o dos o tres arremetidas, Jaime liberó sus ansias dentro de Diego, abundante y tibio, relajándose plenamente tras esa sacudida final, para sorpresa de Diego, él había experimentado un orgasmo pleno, había eyaculado tras la profanada posterior, había sentido el ritmo, había sincronizado, y segundos antes que Jaime , había explotado en placer y en fluidos, tras ese instante, la vergüenza se apoderó de él, y atinó a cubrirse nuevamente, el frio empezaba a hacerse notar.

Jaime prendió la luz y se vistió lentamente, Diego lo observaba desde la cama, cubierto. Tras estar listo se acercó tiernamente a su amante y le agradeció por la tarde, tras eso salió de la habitación y de la vida de Diego.

Diego no ha experimentado esa sensación nuevamente, jamás otro hombre le ha causado esa sensación eyaculante tras haberlo penetrado, jamás coincidió con Jaime nuevamente, hasta la tarde de ayer en que me narró su historia, Jaime caminaba en el parque, de la mano de su esposa, vigilando a un niño que corría libremente. Tras cruzar miradas, Jaime sonrió con complicidad, Diego escapó a tal coqueteo, mientras planeaba mentalmente como conseguir el teléfono de ese amante casual y único, de hace un par de años.




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