A modo de confesarme.
Son casi las 10 de la noche, he llagado a casa de una reunión de trabajo, demasiado formal para mí gusto, me quito el saco, lo aviento, recapacito y lo cuelgo tras una silla, el cuello me está dejando sin aire, desato la corbata, la enrollo y al cajón, en fin, camino en bóxer en la casa, el perro me mira preocupado, me detengo frente al espejo, ese que me tortura en el pasillo, la luz es perfecta, me invita a reflejarme, me miro y me preocupo, no me gusto.
Hay más canas que hace una semana, mis párpados lucen enormes y un halo violáceo rodea mis ojos, mi semana fue atroz, y me enoja el reconocer que se note, que se vea en mi rostro.
En 4 días anduve hasta en tres ciudades distintas, y de extremos, cargué con poleras ligeras y con abrigo, anduve atado a una corbata y refugiado del granizo, los truenos siempre me dieron miedo, pero esta vez lo sentí más. El teléfono sonaba en demasía, intenté resolver las cosas pendientes de todos sitios, cosas mías, y no mías, mi cabeza latía a mil, el antihipertensivo debe reajustarse por sobre los 4000 metros sobre el nivel del mar, y olvidé hacerlo, debí regresar mañana, pero me vi obligado a hacerlo hoy. Un buen amigo partía, y era justo que lo acompañe en esa etapa, solo que esa fuga me arrancó historias de nostalgia y lágrimas, mientras el aroma de las flores me causaba fluido nasal y mil estornudos.
La idea de saberte conmigo, o al menos al teléfono, me calma, no sé si sea suficiente, pero es, existes, me muero por timbrarte, ya ando en pijama, cojo el teléfono y me propongo hacerlo, tu voz me permitirá un sueño reconfortable, me dará la calma que necesito, borrará las ojeras, disimulará mis canas y hará que mi sonrisa sobresalga por sobre los pliegues de piel que de un tiempo a esta parte, rodean mis ojos.
Prometo recuperar la inspiración, mientras tanto, entérense de mí.
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