domingo, 11 de diciembre de 2011

Dos de a 15

Dos de a 15
De camino por una de esas pequeñas callecitas miraflorinas, buscando un lugar tranquilo donde comer y leer un poco, me detuve frente a un restaurante de comida italiana por el mero detalle de haber observado en una de sus mesas exteriores a dos jóvenes mirándose fijamente mientras comían  pasta.  Su sonrisa me  llamó la atención, ya que sin palabras de por medio, era robada por tan solo la compañía de él uno con él otro.
Entré y me ubiqué en una mesa interior con plena vista a los exteriores, a ellos exactamente, había dos vasos con coca cola, algo de pan al ajo, y un plato de lasagna y otro de canelones, ambos compartidos. En una silla de esa mesa había unos cuadernos amontonados y  una mochila. Tendrían 15 años, a ojo de médico, y lucían de esa edad. Ambos excesivamente delgados,  uno de ellos muy alto como de 1,80 un poco encorvado denotando que la musculatura de su espalda aun no ha sido reforzada para poder erguir su cuerpo y exponerlo  imponente por su talla y atractivo,  sus cabellos lacios sobre el rostro, las cejas gruesas y las pestañas largas y pobladas, sus manos blancas de dedos largos, hablaban al ritmo de su voz, expresando todo lo que las palabras querían decir durante la conversación.
El otro miraba atento, más bajo y corpulento, de pelos rubios y ensortijados, desordenados por el viento, pero así lucían perfectos, de facciones finas y gestos delicados, escuchaba atento, con las manos sobre sus muslos, como tratando de disimular alguna íntima emoción despertada por la charla, reían contagiosamente.
Me dediqué a observar, parecían contarse la vida, decían poco y arrancaban en risas, miraban de reojo para poder tocarse bajo la mesa, las manos de uno apretaban el pie del otro que mantenía la pierna cruzada, el afecto los sorprendió  en una mesa sin mantel, nadie miraba, solo yo.
Tras dejar la mesa vacía, ambos metieron sus manos al bolsillo, escarbaron  por monedas, contaron una y otra, hicieron el total calculado, llamaron a la niña que los atendía, pagaron, antes de ponerse de pie, el travieso acaricio el pie del otro, y exploró hasta media pierna, el otro se sonrojó y se incorporó rápidamente reprochándolo con la mirada, el otro solo reía y se ponía de pie al mismo tiempo, uno cogió los cuadernos y la mochila y el otro lo abrazó sobre los hombros mientras salían contentos de su cita sabatina, la cena, la bebida, la buena conversa y la compañía  deseada.
A sus quince,  eran ellos, en una lima que ha dejado de ser quejumbrosa, que se permite morbosamente estos deslices, que ya no son deslices sino vida, que ha crecido como lo ha hecho su gente, que no se reclama más que calma, y que proyecta paz para quienes antes hubieran sido castrados emocionalmente, por solamente ser ellos mismos compartiendo con otros iguales a ellos y distintos al resto.

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