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Eran como las 12, la casa de playa muy al sur de Lima lucía
iluminada plenamente, frente al mar unos toldos blancos y translucidos refrescaban
el calor primaveral, Mario y Manuel habían convocado a la familia y algunos amigos
para compartir el almuerzo, para compartir su decisión de unirse.
La mesa larga con flores coloridas, presidida por un pastel
discreto cuadrado de detalles plateados, los mismos que decoraban las copas, a
la derecha de se Mario , sus padres y cerca a Manuel su hermana menor, el
burbujeante colmaba las copas, Mario de pie tomaba la palabra –mirando fijamente
a su madre-“ gracias mamá por haber estado ahí siempre, por estar acá hoy, y
por haber logrado de que papá viniera”- miro a Manuel y siguió diciendo “los
detalles de la casa son tuyos, el detalle mas grande, es tu presencia en ella,
aun estés ausente en el trabajo o fuera de la ciudad, solo volteo a ver cada rincón
de nuestro rincón y sé que estas ahí, te siento, y eso me pasa desde que te
conocí y desde que estuve seguro de que quería que estés en esa casa por el
resto de mis días, a mi lado, en mis alegrías y problemas, dándome calma o
robándomela, haciéndome reír y secando mis lágrimas, sé que el amor existe y
que escapa al género, se da entre las personas simplemente , porque es un
regalo divino que me honro en haber recibido gracias a ti”- cogió ambas manos
de Manuel , a quien miraba enamorado, Manuel con los ojos cristalinos empezó a
decir “he aprendido que la soledad no existe desde que te conozco, y no tengo
que estar a tu lado permanentemente para estar más seguro de esto que te digo,
me basta con cerrar los ojos y tu sonrisa invade mi mente, acelera mi corazón y
da calma a mi alma, haber encontrado a quien genere dichas sensaciones corona
mi vida y me permiten el reino divino que prometo esforzarme en mantener, desde
ayer, ahora y por todo el tiempo que dios nos bendiga teniéndonos juntos. Te
amo.”
La gente permaneció en silencio, alguien cercano recordó
brindar, y el “salud” “Salud” se generalizó, no hubo mas protocolo, la comida
se sirvió fluidamente, las sonrisas se hicieron frecuentes, una tarde
anaranjada coronó el momento, y partimos calmos, testigos, cómplices, envidiosos
y felices.
Con afecto para ambos, que esa tarde se prometieron ser uno.
Con sana envidia.
CarlosD