jueves, 26 de noviembre de 2009

VI. Ella al rescate


VI. Ella al rescate


Todo varón que ha sentido la atracción por algún otro, y más aún si se ha visto rodeado de la idea prejuiciosa de que eso es malo, ha pensado, en algún momento, en que el asunto puede remediarse probando lo convencional, buscando en ellas la posible cura al tormento de ser gay, tormento que se convierte en una realidad, que no es tan mala, solo más audaz, diferente y con encanto propio.


A María la conocí en la universidad, estudiaba psicología, era ligeramente más alta que yo, de pelo negro largo y de rulos, cara alargada, nariz recta pero notoria, ojos grandes de ángulos distales elevados, pestañas largas, escasas cejas, boca pequeña de labios gruesos, sus orejas eran grandes, pero no se veían mal, es más, no se llegaban a ver, la cabellera las cubría con comodidad y soltura, tenía el cuello largo, la figura muy delgada, escaso pecho y escasas nalgas, pero ambos segmentos presentes y resaltados por la forma de vestir de María, mi ex.


Ella fue la elegida para ese momento de crisis gay en la que necesitaba que me rescaten, la había visto varias veces beber sola una botella de agua, sentada en la cafetería del campus, leyendo una novela distinta cada vez. Esa tarde me acerqué y le pregunté qué era lo que leía, fui exageradamente insinuante y ella generosamente complaciente, no recuerdo bien el breve cortejo, caminamos a su casa varias veces, hablamos estupideces, aquellas que se estilan, alabábamos nuestros gustos y nuestras coincidencias, nos besamos al despedirnos, hasta que le pedí que fuese mi enamorada y resignada aceptó.


Anduvimos juntos tres meses, el primero fue muy social, creo que le gritaba al mundo que yo tenía enamorada y que era tan macho como todos, nunca soltaba su mano al pasear por la universidad, la besaba exageradamente, sin necesariamente desearlo, algunas veces de discoteca, pasado en tragos, la dejé de lado, y ella siempre me rescató de otros grupos. El segundo mes, el entusiasmo bajó y yo batallaba conmigo mismo para negarme a mis reales sentimientos y conservarla.


Al tercer mes, los besos cambiaron de tono, y sentí su pedido subliminal para que la tocase, para que pudiese apretarla más de lo debido y rozarla en aquellas zonas que me eran indiferentes, y que por otro lado, podrían delatar mi desinterés.


El día tenía que llegar, fui mi primer y único intento, y el origen de una amistad de odio interesante, fue en su casa, una tarde en ausencia de sus padres, cuando tirados en su cama, entre besos y un interesante programa de tv, ella me obsequió un preservativo, y me pidió que lo comportásemos, no supe que decir, es más no dije nada, me quedé en silencio, mientras ella retiraba mis pantalones y mi chaqueta, quedé semidesnudo y sentí frio, y miedo, ella llevaba un vestido verde, de tirantes, que retiró en un solo movimiento, mientras se sentaba sobre mí , con las piernas abiertas, descansando sus partes en las mías, sentí pánico y quise desconectarme, intentar excitarme, no pude, luego pensé en ellos desnudos, mientras ella me besaba y con su mano guiaba la mía a sus pechos erectos y hacia su entre pierna, logré una ligera erección, pero no fue por ella, si no por la orgía de conocidos y otros no, que armaba en mi mente a ojos cerrados.


La batalla duró pocos minutos, no logre siquiera calzarme el uniforme de jebe, ella se bajó, no me cuestionó, solo me abrasó y me preguntó si en realidad me agradaban las mujeres, o me estaba engañado y engañándola a ella, atiné a decirle que jamás la había engañado, pero con respecto a lo otro, no lo sabía en realidad, ella se rió, me dijo tienes 22 y no lo sabes, no seas gracioso, se vistió rápidamente y me pidió que me marchase, yo no supe que hacer, solo le dije que lo sentía, ella me miró con odio, o con ternura, nunca supe distinguir en ellas esas emociones mudas, y me siguió con la mirada mientras me terminaba de ponerme el pantalón y salía de su habitación y de su vida.


Sé que lloró por mí, en ese entonces y ahora más, que me quiso, que nadie conversó como yo, que nadie la hizo reír como yo, y que nadie le hizo el amor como yo, sin hacérselo siquiera, que fui especial, que fui diferente, que estaré en su corazón, que me rescató de mi estupidez, que me probó que era falso al besarla, al intentarlo siquiera, que no era yo, que no era quien quería ser, ni quien ella esperaba que fuese.


Gracias María, por haberme querido, así como fui por no decirle a nadie, por tratarme con cariño cuando las cosas acabaron, por decirle al resto que nos dimos cuenta que lo nuestro no iba a mas, pero que éramos amigos, que fui un enamorado lindo y hasta apasionado, gracias por mostrarme como no fui, pero como los demás esperaban que fuese.

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