Bah Que tío…
Rubén había llegado a la casa de
playa de su tío, esperaba pasar una semana de vacaciones plenas, disfrutando
del sol, el mar y los amigos que vivían cerca al balneario exclusivo en la
que José, su tío, tenía una casa frente al mar, esta vez Jairo, su amigo de la universidad se
quedaría con él.
Hacía tiempo que no veía a su
tío, en casa se comentaban cosas extrañas de él, tenía 45 años, andaba soltero,
y no se le había conocido enamorada, las malas lenguas (todas en realidad)
gritaban que era gay y que esa era la razón de su pseudosoledad.
José los esperaba algo animoso en
su casa, había dispuesto dos habitaciones para cada invitado, pese a que su
sobrino había manifestado evitar inconvenientes y a compartir el cuarto con su
amigo, el tío había insistido, la casa
era amplia, una terraza frente al mar, una sala amplia, un comedor fresco, la
cocina funcional y un pasadizo con tres habitaciones , dos baños, en la parte
de atrás una cochera para 3 autos y el cuarto inmenso de su tío, que solía
pasar varios meses del año en esa residencia de verano, esa primera noche fue
de conversaciones y algo de trago, Rubén se percató del brillo de los ojos del
tío al observar a Jairo y lo que le pareció extraño además, era la confianza
que se permitía Jairo para con él tío recién conocido.
Rubén tenía 45 años, era bajo de
estatua, su peso superaba en creces lo adecuado, un abdomen prominente emergía
de sus pantalones cortos, las piernas delgadas y velludas, las manos suaves y
cuidadas, tenía la cabeza redondeada, la calvicie solo había dejado algo de
cabello sobre las orejas, su frente amplia brillaba y en ella un cielo de pecas
invadía el vacío. Las cejas gruesas y los dientes perfectos, una sonrisa pícara
coronaba el perfil de gracioso, gentil y coqueto.
Rubén y Jairo estudiaban juntos,
se conocían hacía ya dos años, ambos de 20 años, Jairo era un tipo muy social,
de fácil trato, peculiarmente guapo, tenía un rostro afilado de mentón
cuadrado, era alto como de un metro ochenta, el pelo dorado y lacio lucía alborotado
adrede sobre su cabeza, las cejas pobladas y la barba crecida lo denotaban
francamente un naufrago muy atractivo de brillantes ojos verdes, era delgado,
de hombros estrechos, abdomen plano y en mosaico, de nalgas saltonas y piernas largas, delgadas
y torneadas, sus pies de dedos finos y uñas perfectamente cortadas, de vello
dorado sobre los nudillos y tobillos afilados, una pulserilla de hilos de
colores bordeaba un tobillo, vestía bermudas hawaianas y un polo sin mangas
algo decolorado. Rubén era su opuesto, de facciones toscas, bajo y moreno, de
pelo terco y algo subido de peso, nada de galán salvo una desbordante
inteligencia y un sentido común de hombre vivido pese a sus veintes.
Los días se sucedieron
gratamente, a Rubén se le hizo cotidiana la confianza entre Jairo y José, e
incluso incursionó en sus usos, al cuarto día, ambos muchachos regresaron de la
orilla tras un día agotado, su tío había dispuesto una cena ligera, y harta
bebida, cerveza helada (que fascinaba a Rubén) y whisky con hielo, que sabía
gustaba a Jairo y a él mismo, el trago circuló hasta que Jairo se retiró a
descansar, Rubén soportó algo mas pero para la media noche ya se había retirado
a su habitación también.
El sueño de Rubén fue algo irregular, se
despertó en repetidas ocasiones, alguna de ellas para ir al baño, en una de
esas visitas se asomó al cuarto de Jairo, tras abrir cuidadosamente la puerta
se dio con la sorpresa de su ausencia, caminó por la casa buscándolo, pero no
lo halló, fue hacía el patio trasero y vio una luz tintineante
en la ventana del cuarto de su tío, se acercó silenciosamente y entre un
repliegue de las cortinas observó una escena que le causó sorpresa y morbo
extremo.
La luz de una vela muy gruesa
iluminaba la habitación, a un borde de la cama, Jairo desnudo abrazaba a José
con delicadeza, José respondía al abrazo mientras hurgaba con su lengua el
pecho velludo de su amante, parecían moverse al ritmo de una balada, el
movimiento rítmico se extendió por varios minutos, hasta que un tío cariñoso se puso de rodillas
y pasó su lengua por sobre los generosos y descolgados testículos de un Jairo
desconocido, la lengua recorrió la zona hasta introducir en la boca el pene
erecto del danzante, un pene enorme en
longitud, pero delgado, claro como la piel del propietario, un vaivén de los
labios arrancó gemidos en Jairo, tras unos instantes así, José se puso de pie y
atrajo las manos del muchacho sobre sus nalgas,
al cabo de un instante giró y se ofreció a Jairo que torpemente humedeció sus manos con
saliva y hurgó en la zona, alineo su pene y lo introdujo bruscamente, José se
mordía los labios y al cabo de un instante, ambos se tumbaban en la cama e
iniciaban un juego que arrancó una poderosa erección en el observador, la faena
fue extensa, el alcohol permitió que durase mucho, pero ya cuando era obvio en
concluir, Jairo retiró el pene del interior de José, se colocó a horcajadas
sobre el pecho de José y apuntó a su rostro mientras se friccionaba
agitadamente, un fluido generoso emergió
humedeciendo el rostro extasiado de un José excitado, que al mismo tiempo
masturbaba su pene pequeño, curvo y afilado consiguiendo un emanar lechoso
sobre su abdomen velludo.
No se dijeron nada, Jairo se
incorporó rápidamente, se vistió torpemente y salió rápidamente de la habitación
, ni se percató que en la ventana se
hallaba un Rubén agitado, masturbándose toscamente con imágenes extrañas en su
mente.
Al día siguiente el desayuno fue muy
fluido; sonrisas, y halagos; Jairo insinuaba su disposición a quedarse unos
días más, José ofrecía reiteradamente su hospitalidad y Rubén asentía
emocionado, en su mente se veía desnudo, abrazado por Jairo, bailando, mientras José observaba tirado en la cama,
para luego fundirse los tres en un enredos de extremidades amalgamados por
fluidos noche tras noche, mientras dure ese verano.